Las ciudades visibles es un paseo por distintas urbes del planeta Tierra con el azar como guía. En Londres, el viajero se encierra durante una semana en las cabinas de teléfono para retratar la ciudad a través de sus cristales más tópicos. En Tokio elige fotografiar las sombras para rescatar el escaso Japón que queda en aquella megalópolis. Un paseo por Berlín nos lleva a atravesar la capital alemana buscando siempre el color que más se utilizaba en los graffiti sobre el muro: el verde.
París es un paseo por sus fotos antiguas. Buenos Aires es un poema.
Y en Roma, la ciudad es recorrida a través de sus números, desde el monumental dedo alzado en la estatua de Constantino como número 1 al 99 de un portal levemente iluminado en la noche del Trastevere.
En tres de estas ciudades, los primeros en ver las imágenes han sido policías del lugar. Interrogado por hacer fotos desde una cabina en Londres, por seguir y fotografiar a un joven con el número 78 en su camiseta por las calles de Roma y por captar imágenes desde el suelo en Tokio -con la sospecha de poder estar retratando ropa interior de colegialas-, el autor nunca ha sabido explicar el porqué de su trabajo.
Eso sí, bobbies, carabinieri y agentes tokiotas han coincidido en encasillar al interrogado como artista, una etiqueta que le incomoda pero que desde entonces acepta y utiliza, siempre y cuando le sirva para salir de comisaría y para señalar que el arte quizás no sea más que eso: lo inexplicable ante el orden.
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